lunes, 17 de marzo de 2014

alimentación saludable

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lunes, 3 de junio de 2013

Juan Manuel de Prada y los maestros

Del mismo nº de XL Semanal resalto el artículo de Juan Manuel de Prada, a quién admiro muchísimo desde que leí su novela "La tempestad". Todas las semanas procuro leer sus escritos.

JUAN MANUEL DE PRADA

La vocación del maestro

llave
Hace algún tiempo publiqué en esta misma revista un artículo titulado Maestros, en el que comentaba los resultados de un examen que se hizo a opositores de Magisterio en la Comunidad de Madrid, donde se revelaba que muchos de ellos no sabían hacer la 'o' con un canuto.Algunos maestros se han dirigido a mí, pesarosos o enojados por lo que consideraban un ataque a su gremio; y, puesto que quizá sea la vocación docente la que más admiro y valoro, me gustaría aclarar que en aquel artículo nada había de injurioso o despectivo hacia los maestros. Soy consciente de que, cuando uno escribe en periódicos, corre el riesgo de ser leído 'en diagonal' y de que lo interpreten de los modos más rocambolescos; y también de que es inevitable que sobre quien escribe en periódicos circulen ideas prejuiciosas e irreductibles, a menudo fundadas en malentendidos de buena o mala fe. Con estos sambenitos enquistados está uno dispuesto a cargar de por vida, aunque les aseguro que a veces se tornan oprobiosos e insoportables; y, con el tiempo, uno ha aprendido que resulta estéril tratar de desmentirlos, pues quien se alimenta de prejuicios odia atender a razones. Por lo demás, como decía el romance, «solo digo mi canción a quien conmigo va».
Sin embargo, en esta ocasión me gustaría hacer algunas precisiones; pues, como señalaba más arriba, venero a los maestros, tal vez porque disfruté de algunos cuyas enseñanzas todavía iluminan mis días. En aquel artículo, después de glosar los errores garrafales perpetrados por muchos de los opositores en aquel examen de marras, señalaba que muy probablemente la difusión de tales errores obedeciera a razones sórdidas: «Puesto que vivimos en una sociedad enferma -cito textualmente en mi artículo-, en la que el rifirrafe ideológico es el pan nuestro de cada día, no me extrañaría que su intención no sea otra sino justificar ante la opinión pública los recortes de la escuela pública, perjudicando así las reivindicaciones profesionales de los maestros, y la consideración que a los buenos y heroicos maestros debe tributarse». Y a continuación trataba de explicar -de explicarme- las razones desquiciadas por las que personas que no saben hacer la 'o' con un canuto pueden llegar a creerse capacitadas para enseñar a los demás; razones que resumía en la quiebra del sentido de la vocación.
Existen pocos oficios tan declaradamente vocacionales como el de maestro, que no ofrece expectativas de enriquecimiento, ni relumbrón social ni ninguno de los alicientes que nuestra época ha encumbrado y reclama. La única recompensa inmediata a la que puede aspirar un buen maestro es la gratitud de sus alumnos; y la única recompensa diferida es la esperanza de que sus enseñanzas les resulten en el porvenir provechosas. La vocación del maestro es vocación de entrega, no solo de los conocimientos que transmite, sino también de sí mismo, en lo que tiene algo de generosa inmolación, como la vocación del cura. De hecho, si nos atenemos a la etimología de las palabras, el maestro es tan 'cura' como el cura mismo: pues encomienda su vida al cuidado -que no otra cosa significa 'cura'- del prójimo. Por eso resulta tan pavoroso que una vocación de esta naturaleza tan abnegada se pervierta. Y esto era lo que los resultados de aquel examen revelaban, independientemente de que su difusión fuera interesada: allí se mostraba que muchos de los aspirantes a una plaza de maestro no tenían nada que entregar, salvo tinieblas; y, sobre todo, se mostraba que, no teniendo nada que entregar, sin embargo se consideraban irresponsablemente capacitados para encomendarse al cuidado de aquellos a quienes nada podían entregar.
¿Cómo se puede llegar a esta quiebra del sentido de la vocación? Creo que es un producto típico del voluntarismo que caracteriza nuestra época, según el cual uno puede 'construir' libremente su personalidad, sin atender a los dones que ha recibido.En realidad, toda vocación se resume en la recepción atenta de un don; pero nuestra época ha dado en la insensata manía de creer que cada uno puede 'fabricarse' sus propios dones, que así dejan de ser tales, pues don es solo aquello que se recibe. Y no habiéndose recibido nada, nada se puede entregar. Esto es lo que en aquel artículo trataba de explicar; y no creo que tales reflexiones puedan ofender a los maestros que, numantinamente, luchan por hacer fecunda su vocación, entregando lo que recibieron a sus alumnos, entregándose -en definitiva- a sí mismos.

El soldadito de plomo, resumido por Paulo Coelho

Paulo Coelho en la revista del ABC, XL Semanal, nos escribe sobre uno de mis autores preferidos de cuentos. Él prefiere El soldadito de plomo, mi favorito es La tetera. Una zambullida en la infancia Hans Christian Andersen (1805-1875) fue el escritor danés que con sus historias enriqueció la infancia de muchas generaciones. Andersen nació en Odense: su padre era zapatero, la madre trabajaba como lavandera, y por las noches le contaba a su hijo las historias del folclore danés. Fue ella quien lo animó a escribir sus propias fábulas y a organizar pequeños espectáculos de marionetas. No hay mayor homenaje a Andersen que el de compartir con mis lectores su cuento El soldadito de plomo, con el que yo solía llorar siempre que mi madre me lo contaba. A continuación, una versión resumida: Érase una vez veinticinco soldados de plomo; todos, hermanos, como esquejes sacados de una misma planta. Cada uno de ellos cargaba su fusil y todos iban vestidos con sus flamantes uniformes, de rojo y azul. Las primeras palabras que el pequeño batallón escuchó vinieron de los labios de un niño: -¡Soldados, soldados! El chico manifestaba su alegría ante su regalo de cumpleaños. Los componentes de este ejército eran exactamente iguales, con la excepción de uno, que tenía solo una pierna, pues el plomo se había agotado antes de que él estuviera terminado. Pero se equilibraba tan bien que el niño decidió guardarlo. Sobre la mesa había otros muchos juguetes, siendo el más atractivo de todos un encantador castillo de cartón, en el que una bella bailarina -también de papel, con un vestido de gasa muy fino y unas lentejuelas muy brillantes- extendía sus delicados brazos hacia el cielo. Su paso era tan bello, se alzaba tanto en el aire, que el soldado imaginó que a ella también le faltaba una pierna. -Sería la esposa más adecuada para mí pensó. Pero ella vive en un palacio. Decidió esconder su amor y pasarse el resto de la vida apenas contemplando a la pequeña bailarina. Cada noche, cuando las personas de la casa se iban a dormir, llegaba la hora en que los muñecos jugaban y se divertían visitándose unos a otros, realizando batallas o dando bailes. Los soldados de plomo se aburrían en su caja, pero habían sido educados para tener disciplina y educación. Cierto día, la sirvienta vio que había un soldado sin pierna y lo tiró por la ventana. Unos niños que pasaban vieron el muñeco roto y lo pusieron en un barco de papel, que fue navegando por la cuneta hasta las alcantarillas, que a su vez acabaron llevándolo hasta un río. Allí, un pez se tragó al soldado, pero él continuaba impávido, con su fusil al hombro y soñando con los días felices que había pasado junto a su amor. El pez acabó siendo pescado y vendido a la misma casa en la que, un día, un niño recibiera veinticinco soldaditos de regalo. La misma sirvienta que lo había tirado por la ventana lo encontró en el vientre del pescado, y en esta ocasión arrojó al soldadito al fuego. Antes de caer entre las llamas, él pudo ver, por última vez, a los mismos niños, los mismos juguetes sobre la mesa y el hermoso castillo con la linda bailarina en la puerta. Y vio, en los ojos de la bailarina, una lágrima de cartón ella también lo había extrañado. Poco a poco, rodeado por las llamas, empezó a derretirse. A medida que sus ropas perdían los colores, él procuraba mantener su porte marcial, con los ojos fijos en aquella a quien jurara amor eterno. Los dos se contemplaban, tristes por estar lejos y contentos por la oportunidad de encontrarse una vez más. No se sabe cómo, pero una corriente de aire atravesó la sala y arrancó de su lugar a la pequeña bailarina, que voló como un hada y también fue a caer entre las llamas. Dicen que Dios es generoso con los que aman, y que por eso siempre les da la oportunidad de estar juntos. Al día siguiente, cuando la sirvienta retiraba las cenizas de la chimenea, reparó en un pequeño corazón hecho de plomo que tenía en el centro una lentejuela que ella lo sabía pertenecía a otro juguete que estaba en la mesa de los niños.

viernes, 15 de junio de 2012

Este artículo trata de la autoestima, cómo educar a nuestros hijos con amor y cómo ellos nos devuelven lo que reciben multiplicado y el bien que nos hace cómo personas y educadoras. Diario de una mamá pediatra Cuaderno de viaje de quien obtuvo casi a la misma vez el título de pediatra y el "carnet" de mamá. Ayer por la noche antes de ir a dormir, les explicaba a las niñas el cuento de Dumbo, el pequeño elefante de orejas grandes repudiado por las compañeras de la madre por su aspecto físico. Al principio del cuento la madre lo defiende y acaba encadenada, de forma que será el ratón Timothy el que le acompañará y le hará confiar en sus posibilidades. Este especie de coaching que el ratoncito hace, de alguna manera sustituyendo a la madre elefanta, es lo que muchas de nosotras hacemos con nuestros hijos. Nuestros hijos pueden no ser los mejores ni los más guapos, pero sufrimos y luchamos por que se quieran y consigan lo mejor de sí mismos, porque creo que de eso se trata. Todos llevamos dentro un héroe cotidiano como he podido leer recientemente en el libro del mismo nombre de Pilar Jericó, y hay que saber transmitirles a nuestros hijos la confianza en su propia persona, y la autoestima. Nuestros hijos también nos enseñan a querernos. Nos regalan autoestima. Sencillamente por su amor incondicional hacia nosotros, por esa confianza ciega que tienen aunque seamos imperfectos diariamente, porque hasta los peores padres del mundo son los mejores para sus hijos. Cuando tienes a tu hijo en brazos por primera vez no es difícil sentir un poco de vértigo. De repente hay una persona que depende de ti completamente y no sabes si serás capaz de cuidarle y atenderle como se merece. Poco a poco vas descubriendo que sí, y que nadie mejor que tú para cuidarle y para quererle. Te ves a ti misma como la misma joven que eras pero mucho más capaz y mucho más persona. Y eso nos hace crecer y querernos más, aceptarnos con nuestros defectos y virtudes, e intentar ser mejores cada día. Y luego están esos momentos en los que te dicen sin venir a cuento "¡¡guapa!!" o como me regaló hace unos días mi pequeña en el momento del beso de buenas noches: "mamá, eres genial". Entonces ya eres la mujer más feliz del mundo y te quieres -y las quieres- como nunca.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Canciones infantiles

                                                                   Canción del sapo

jueves, 1 de marzo de 2012

El cazo de Lorenzo



Es un cuento con contenido educativo para enseñar a los niños el valor de la aceptación.